Las olas no preguntan

Un ensamblaje de fotografías de niños que nadan y juegan en los charcos del agua bajo el sol sugiere un drama latente.

En “Las olas no preguntan” Santos Montes procede en un arduo trabajo de oscurecimiento de estas fotografías tomadas originalmente en la Playa de las Catedrales de Lugo a plena luz en los meses de agosto de 2008 al 2015.

Momentos desenfadados de ocio familiar se transforman para expresar vivencias silenciadas que permean y “tiñen” la biografía del propio autor: el trauma infantil a raíz de la pérdida de un padre prematuramente fallecido, la fragilidad y volatilidad de la vida, el desvanecimiento de los recuerdos…

Natasha Christia

El mar, en su impenetrable razón de ser, se repite y nunca es igual. Así la noche y la oscuridad que caen sobre lo humano sin que nunca sean las mismas. Digamos que la luz que se derrama del cielo como una bendición a veces daña los ojos, pero produce en nosotros la sensación de que estamos vivos, de que hoy empezamos de nuevo con esa luminosidad prestada de un sol que, a pesar de estar oculto por las nubes, es la clara señal de que existimos más allá de la sombra, de ser sombras de la madre que nos parió, de ser la sombra del padre que nos hizo. Somos nosotros, en el aquí y el ahora, sin pasado, sin futuro, solitarios ante un destino que en verdad no importa; somos y estamos en un lugar y un momento, eso es todo.

Porque todo está ligado en esa instantaneidad de la fotografía: la noche, la oscuridad, la luz, la sombra, la madre, el padre, la vida y la muerte en una espiral que nos susurra silenciosamente: todos seréis olvidados. No sin temor nos hacemos preguntas, como el mar con sus olas que vuelven una y otra vez a preguntarnos sin pronunciar una sola palabra.

En este no-decir del mar aparecen los libros como respuestas siempre provisionales, tan perecederas como nuestra propia carne, como nuestra existencia cotidiana, rutinaria y sorprendente si miramos bien, si ponemos atención a lo que aparentemente no tiene importancia, como puede ser el vuelo de unos pájaros, las noticias de que en el mundo pasan cosas: se ahogan inmigrantes y refugiados en el azul del mar, los políticos prometen “un lujo asequible”, un bienestar infinito, como las religiones con sus malditos paraísos, porque los políticos no conocen el mar, su mensaje indiscutible de una repetición siempre igual y siempre diferente, el mar sí lo sabe y el océano también.

En la playa nos encontramos el cadáver de la poesía. No es una ahogada cualquiera, se asfixia como los peces si la sacan del agua de la ternura, de la compasión, de la piedad tan necesarias como nosotros mismos, como los otros y las otras que son el sostén de nuestra existencia, a la vez que son el anuncio de nuestra extinción, de nuestra hermosa finitud; amamos el amor pero no siempre amamos a los que nos aman, a las que nos quieren. Porque, he ahí el dilema: el mar nunca deja de ser mar, mas nuestro cuerpo deja de ser cuerpo para que el espacio vacío que dejamos lo ocupe otro cuerpo.

Santos Montes nunca es vociferante, es el poeta del silencio, de un silencio que nos habla y que nos deja sin palabras para hablar de él y de su obra. Sus imágenes son una llamada silenciosa porque se dirigen al corazón humano a través de la mirada. El tópico de que una imagen vale más que mil palabras no se cumple en la obra de este fotógrafo, cada imagen, cada detalle, cada oscuro rincón del mundo y de lo humano están hechos de millones de palabras nubladas, calladas, tachadas, borrosas, de la acumulación de pequeños granos de arena como sifueran una playa en blanco y negro, la niebla de un decir silencioso.

Arriba hay un cielo gris, a veces amenazante aunque siempre vivo, expresivo, como esperando que se abran las nubes para dejar que la luz lo penetre, que llegue a los rostros humanos, a nuestro rostro, y nos haga decir: A pesar de que todos y todas seremos olvidados, hoy en esta foto, estamos vivos, sonrientes, sufrientes, con miedo y con esperanza, inquietos ante la mirada ajena, pero vivos aunque solo sea en esta foto que el tiempo quemará.

Toda luz será oscuridad algún día. De la niebla del mundo surgirá una luminosidad que poco a poco se hará vida, un volver a empezar, una alegría nueva por perecedera que sea. Siempre hay algo que ver, algo o alguien donde enfocar la cámara, algún lugar donde detenerse y detener el tiempo con nuestra mirada.